Suena la alarma y te has despertado en un salto, «Hoy es un día importante». El Asistron, como es habitual, te ha puesto el informativo matinal en el hilo sonoro de la casa. No entiendes nada de lo que dicen y te pones el pendiente iEar sin ni siquiera levantarte de la cama. Bluebrain se conecta a tu cerebro y la voz del tecnócrata que habla en la radio empieza a escucharse en euskera gracias a la traducción automática. Se refiere al primer millar y al viaje que vais a emprender en pocas horas. En la realidad aumentada ves un vagón magnético que está listo en la estación de Emmanuelle Charpentier, «En uno de esos dejo la Ciudad Única hoy».
Estás contento, turbado, pero también preocupado. Estás a las puertas de abandonar lo que has conocido toda tu vida y lanzarte a un nuevo mundo que sólo te genera preguntas. Es un honor haber sido elegido para el primer mil, pero también es una gran responsabilidad. Por un momento te arrepientes de haber respondido a la invitación con un sí, «¡Qué va!». Te levantas de la cama, te duchas y te preparas para la aventura. Piensas en tu familia, «Qué orgullosos están…». Sin embargo, los echarás de menos. Ellos, y… también a Muri. Sí, lo echarás de menos, y lo que es peor, nunca sabrás si el también te quiere como tú lo amas. A lo mejor, dentro de unos millares, empiezas a soñar con la idea de que él también aparecerá en la nueva colonia, pero sabes que es imposible. Muri está en contra de la recolonización y está totalmente enfadado contigo porque además has aceptado formar parte del primer millar.
Coges la mochila, dejas tu habitación y sales a la calle. Al otro lado de la puerta te espera Muri. Te quedas helado sin saber qué decir.
—Buenos días… —Te saluda avergonzado. Ni siquiera es capaz de mirarte a los ojos—.
—Buenos días, —le contestas. Estás feliz de verlo— Gracias por venir a saludarme, para mí supone mucho olvidar tu enfado y estar aquí.
Nada más terminar la frase, el estado de ánimo de Muri ha cambiado radicalmente. Ha pasado de estar avergonzado a enfadado. Está ardiendo.
—¡Qué saludar y qué cristo! ¡No he venido a saludarte, sino a convencerte! —Afloja el tono y te coge la mano dulcemente— No puedes irte, tenemos que proteger el planeta. Casi lo destruimos una vez, y lo volveremos a hacer, ya sabes.
No te lo esperabas. Te ha dejado sin saber qué decir, «Tiene ese poder sobre mí…». Habéis hecho sitio a un largo silencio, y aprovechando esto, a cada momento te sientes más cerca. Para darse cuenta, sus labios han cogido los tuyos en el beso más hermoso que jamás te han dado.
—No te vayas, por favor —te dice mientras sus ojos florecen—.