Le has seguido por las calles de la ciudad. No escoge los caminos obvios, y en sus movimientos se intuye el conocimiento de una ciudad que es más suya que de nadie. Después de unos minutos caminando a paso ligero, habéis llegado a una valla que protege lo que parece ser un edificio abandonado. El señor de la barba mira a izquierda y derecha antes de retirar las ramas de un arbusto y dejar al descubierto un agujero en la valla. Señala el agujero para que pases, y lo haces.
Una vez en el edificio, Fran (has descubierto que ese es su nombre) te presenta a otras cuatro personas. Te introduce como “un nuevo aliado”, y aunque no sabes muy bien a qué se refiere, te suena bastante bien. Por cómo se tratan entre ellos percibes una familiaridad casi hogareña.