Te despiertas al día siguiente. Has descansado como hace mucho que no hacías pero sabes que Hestia no estará ahí para ti hasta dentro de un buen rato. No es la primera vez que la apagas, y calculas que necesitará otras 12 horas para poder reconectar sus sistemas. El silencio se hace presente en una casa que, sin su inteligencia operativa, no tiene mucho que ofrecerte. Deambulas un rato por las habitaciones que han perdido gran parte de su personalidad, al cambiar el olor y los colores que la casa va seleccionado para ellas a lo largo del día, y que ahora parecen iguales entre ellas.

Entonces escuchas un ruido a lo lejos. Parece estar cerca de ti, aunque no suena como tu casa. Vuelves a escucharlo…

Pum, pum.

Identificas el origen del sonido, la puerta. Alguien está llamando a tu puerta, pero con la casa apagada ha tenido que golpear directamente sobre ella en vez de esperar a que el detector de visitantes leyese su rostro para avisarte de la nueva llegada.

Te acercas a la puerta y te asomas por la mirilla que no has usado en mucho tiempo.

   —Hola, me gustaría hablar contigo, ¿te importa que pase?

Abrirle la puerta al hombre
Abrirle la puerta a la mujer