A la hora entráis en una vivienda unifamiliar con un cuidado jardín y una hortera pérgola que da sombra a una mesa de piedra donde se reúnen cinco mujeres. Como esperabas, las mujeres y los hombres de esas cinco familias están en grupos diferentes. Los hombres os saludan a lo lejos, pero esperan a que sean ellas las que os reciban.
La señora Montalvo se levanta para presentaros a su grupo de amigas. Parecen amables, y pese al apreciable clasismo del ambiente, os sentís raramente cómodos.
—Chicas, he invitado a los nuevos vecinos a la merienda. Ya sabéis que soy una moderna y me gusta estar también con las nuevas generaciones —dice certificando el evidente complejo que todas ellas tienen con su edad.
En tan solo diez minutos, concatenan decenas de preguntas para tratar de hacer una radiografía de los méritos que han impactado en vuestro alto CQI.
—Lo raro es que no os hayan elegido alcaldes… No me digáis que no tenéis algún que otro trapicheo sin importancia, ¡no podéis ser tan perfectos! —bromea la más oportuna de todas ellas.