A la mañana siguiente, te despiertas húmedo y dolorido, el rocío ha calado hasta tus huesos y las piedras sobre las que has dormido se te han clavado hasta dejar marcas en tu piel. Te levantas del suelo y decides acercarte al centro de la ciudad con la esperanza de encontrar algún sitio en el que poder conseguir ropa seca, o, realmente, cualquier otra ayuda.
Después de un par de horas andando, te ha quedado claro que nadie tiene intención de ayudarte. Decides sentarte a descansar, pero antes de que tus piernas lleguen a tocar el banco, alguien te agarra del brazo, y tirando de él, te mete tras la esquina del edificio detrás de ti. Tras esos segundos de confusión, cuando levantas la mirada, te vuelves a encontrar con la misma cara que te despertó por la noche. Estás a punto de gritarle cuando él se pone el dedo en la boca. Justo entonces pasan por vuestro lado dos hombres vestidos de policía.
—No sé cómo sería la policía en tu país, pero aquí no podemos decir que se lleven bien con la gente como nosotros. Deja de andar por el centro de la ciudad y empieza a hacer amigos. No es fácil llevar esta vida si no tienes quién te ayude.
Después de una breve conversación con él has decidido seguirle y ver si realmente te puede ayudar.