—Mirad. No sé de dónde venís, ni a qué coño os dedicáis, ni siquiera cómo sabéis todo eso sobre mi pasado. Pero debí intuir por vuestro alto CQI que teníais tentáculos en sitios importantes, y que sólo buscabais ser invisibles. El bendito anonimato de los ricos de verdad —asiente buscando una nueva complicidad.
—Realmente, no quería llegar a este punto en nuestra cordial conversación. En realidad, Mónica y yo somos una familia muy discreta, como vosotros —rectifica recuperando el complaciente tono inicial de la conversación—. Mi mujer tiene razón, soy un desastre como anfitrión… Me genera ansiedad, ¿sabes? —se ridiculiza—. Quizá sea mejor que cada uno viva en su casa, ¿no crees? Seguro que queréis disfrutar de vuestra nueva acomodada vida en esta preciosa urbanización.
—Pensándolo bien… ¿Por qué íbamos a estropear esta vida de ensueño que tenemos destapando trapos sucios? Mantengamos la boca cerrada, ¿verdad? —subraya mientras me tiende la mano—. O acabarán viniendo esos malditos coches de luces azules. ¡Qué ruido hacen, maldita sea!