La merienda en la casa de los Montalvo ha sido breve. Todo parecía preparado para que el resto de invitados dejaran a Rick, el marido de la anfitriona, a solas con vosotros.

   —Mirad. No me gusta dar rodeos. No tengo muy claro cómo habéis llegado hasta aquí, aunque se me ocurren varias formas. Pero la verdad, ¿sabéis qué? Aquí nadie juzga a nadie… Bueno, excepto mi amigo Emilio, que es Juez Ciudadano, jajaja —suelta una sonora carcajada haciéndose gracia a sí mismo, mientras guiña el ojo a uno de sus amigos que os observa desde el exterior.

   —Entiendo que es muy difícil cuadrar en estos entornos, muchachos. Ya tenemos una edad, y la verdad es que a mis amigos y a mí nos cuesta hacer amiguitos nuevos. Ya sabéis, es mejor lo malo conocido que lo bueno por conocer —dice dejando claro que su círculo está restringido para vosotros y os quiere lejos—. Ya vinieron otros antes que dieron el pelotazo, y luego todo saltó por los aires, ¡qué raro! Los nuevos ricos y su especial falta de elegancia —condena.

   —Os quiero dejar bien claro que como se destape algún escándalo en la urbanización y pasen por aquí cochecitos con luces azules va a ser muy desagradable para todos, ¿de acuerdo? Somos gente mayor y el ruido no nos gusta demasiado —concluye.